miércoles, 12 de junio de 2013

Turquía: ¿De qué nos hablan los extremos?


El mundo explota, por todos lados. Eso se vislumbra, luego se ve y después se huele. Como en muchos países de la zona, en Turquía había algo latente. Y como en esos tantos países de la zona, las revueltas no tardaron en llegar. Y no es que sea la zona, es que cuando poder se confunde con saber, difícilmente las cosas terminen bien.

Esta vez, la mecha se consumió y explotó en la plaza Taksim, en Estambul, cuando un grupo de ambientalistas se juntaron para protestar contra el proyecto de -y con la intención de evitar la- construcción de una "réplica" de las Military Barracks otomanas, con moderno shopping incluido, que borrara del mapa otro espacio verde. Y, si bien son muy pocos estos espacios en la ciudad, lo que se juega ahora en esa zona es mucho más que la plaza, mucho más que el espacio verde. No por nada las manifestaciones se repitieron en 67 provincias -de un total de 81- y el motto pasó a ser “Hasta que Erdoğan se vaya”.


Recep Tayyip Erdoğan es el Primer Ministro turco, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). A él es a quien le exigen la renuncia los manifestantes. Y los manifestantes -que no son necesariamente los del principio pero sí muchos más- son para él terroristas cuando no anarquistas o agentes extranjeros.

A casi dos semanas del comienzo de las manifestaciones (y sus consecuentes represiones) y lejos de perder la fuerza que desde el gobierno esperaban, el panorama se vuelve cada vez más difícil de adivinar entre nubes de gases, gritos y uneasy calm. 

Manifestantes en la entrada del parque Taksim.
Los intentos por parte del gobierno de terminar con las protestas han alcanzado un nivel ridículo, tanto que la luz en el parque ha sido cortada y las amenazas no cesan. Pero aún así no logran silenciar el reclamo: un recital de piano improvisado, vuvuzelas y hasta cacerolas en los balcones se hacen oír. Desde el gobierno, sin embargo, sólo lograron correr a los manifestantes (y gracias a una terrible represión) unos metros, hasta la entrada del parque. 

Entonces, frases del estilo de "Esto ya no es un parque sino un campo de batalla" son las que se escuchan de boca de quienes resisten la opresión. Ellos saben bien donde están. Porque el Taksim Gezi Park no es cualquier parque. Es el lugar en el que se dieron muchas rebeliones, históricas y simbólicas para el país. Y tan simbólico se mantiene que no es necesario que todos se reúnan allí: suficiente es ir por las calles repitiendo "En todas partes Gezi, en todas partes resistencia" para que no importe ya el lugar físico.

Si hay algo que está claro es que la carencia de democracia se ha vuelto intolerable. Por muchas divisiones políticas, culturales y religiosas que haya tenido históricamente la sociedad turca, hoy la voz parece ser una sola, la que clama que no quiere cambiar su forma de vida ni ser más religiosa sino democrática.

Desde el gobierno, ninguna actitud conciliadora ha sido claramente enunciada. Más bien todo lo contrario: dura represión, gases, golpes, prohibición de manifestaciones "ilegales", limitación y posterior prohibición de venta de alcohol, censuras veladas a la cultura y al arte modernos, silenciamiento de medios, periodistas en la cárcel y enunciados a modo de utimátum. Una postura así, antagónica, no puede ser otra cosa que extremista. Y es sabido que los extremos en ningún caso son buenos. Claro, es sabido pero no aprendido. 

Y cuando no se aprende, el riesgo de pegarse a los extremos es mucho alto. El partido AKP es el primer partido islamista moderado que tuvo éxito en la historia turca. Pero, ¿qué tan moderado puede ser un gobierno de diez años? ¿Y un partido que lo sostiene? El hecho de que Turquía sea una potencia en desarrollo, que haya logrado estabilidad económica y respaldo internacional en todo ese tiempo y que sea parte de la OTAN, ¿le da derecho al gobierno a no cumplir lo que alguna vez prometió? ¿Justifica su autoritarismo? ¿Le concede como gracia imponer un sistema moral y de vida islamista? Yo me pregunto, ¿qué tan moderada puede ser una deriva religiosa?
  
Cuando se cree que en nombre religioso se puede arrasar con todo, que se pueden anular libertades y derechos que costaron tiempo y sangre, ¿no se cae en un fanatismo? Es cierto que al hombre le cuesta abandonar el pensamiento de enfrentarse con dios en el plano de lo moral, por más razón que tenga contra él. Y como dios se manifiesta como poder y justicia y al ser humano eso le atrae, ¿cómo no sentirse perfecto, completo en nombre de dios? 

Por este motivo es necesario aclarar que del mismo modo que la totalidad es siempre imperfecta, la perfección es siempre incompleta. Es por ello que representa un estadío final, porque después de todo, el perfeccionismo da siempre en un callejón sin salida. 

A pesar de todo, vemos replicarse en muchas partes del mundo la fórmula de “una década en el poder”. ¿Acaso no olemos el humo de su declive, de su precipitarse en la caída? Perpetuarse, ya lo decía Mandela, es promover “el culto a la personalidad”. Y eso no es bueno. Tampoco es de sabios. Sin embargo, el poder confunde tanto que nos hace creer que donde hay poder también hay saber.


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