viernes, 21 de junio de 2013

Los ojos en Brasil


Otra explosión. Otra mecha que se consumió. Otra, con y por muchas razones. Otro pueblo que se manifiesta. Otro punto de conflicto en el mundo. Otro lugar donde poner la mirada: Brasil, en todo su territorio. Porque si bien las protestas comenzaron en São Paulo, rápidamente se extendieron al resto del país, a ciudades distantes que se siguen haciendo eco. Y no hace falta andar por aquellas calles para ver las “realidades”. Se pueden sentir.

Al principio, hablaban de los manifestantes como burgueses desocupados que reclamaban un “pase libre”, tras darse a conocer el aumento de las tarifas de transportes en todo el país. Y lo que generó esta chispa fue que la gente se manifestara como no lo había hecho en veinte años. Pero la verdad es que los del movimiento Passe Livre eran los menos y tampoco se puede hablar de "un grupo determinado" en la protesta porque son muchos (cada vez más) los que se suman. De hecho, desde el gobierno decidieron dar marcha atrás con la medida y por el momento no habrá subas en los transportes. Pero a esta altura ya todos somos conscientes de que las manifestaciones no son solamente por dicho incremento y también sabemos que la medida para tratar de frenar las protestas no dio ningún resultado. Era obvio que intentar terminar con las manifestaciones con una medida desesperada, reactiva y contradictoria -cuando no de maquillaje- iba a causar justamente el efecto contrario, porque lo que se juega, en realidad, es mucho más profundo y mucho más amplio.

Es que antes de esta "medida contemplativa" de dar marcha atrás con el aumento, la medida primera del gobierno fue la represión. Y probablemente la cuestión no se hubiera extendido tanto (en tiempo y en territorio) si esa represión no hubiera sido lo que fue y lo que sigue siendo. Porque la protesta no era violenta, la violencia vino con la policía (montada, motorizados, militar, fuerzas de choque). Y porque reprimir con todo el arsenal disponible (helicópteros, perros, gases lacrimógenos, hidrantes, balas de goma, bombas molotov) sólo refuerza otro de los reclamos del pueblo brasileño, el que pide terminar con los crímenes cometidos por la policía en todo el país. Es que -por si hay alguien que no lo sabe- las represiones policiales en Brasil no son -ni lo han sido históricamente- moderadas. Más bien todo lo contrario. Y es por estas represiones por parte del gobierno de Dilma Rousseff que apareció el miedo a que Brasil se convirtiera en otra Siria. Porque los manifestantes ven una militarización excesiva, no importa cuál sea la causa popular. Y no es exagerada su visión: la policía les da con todo, incluso a gente que está saliendo del trabajo o buscando a sus hijos en la escuela.
Paz.
Con este panorama, las ganas de y la fuerza para manifestarse crecen. Y así lo demuestran los miles de brasileños que siguen en las calles, que avisan que "veinte centavos (de aumento en el transporte) fue sólo el comienzo" y que convocan a los que todavía no salieron con frases como "Usted también es parte de la lucha. No se quede de brazos cruzados". O "Coraje para cambiar". Justamente eso, un cambio, es lo que se está gestando. Brasil cambia es la consigna y los manifestantes son personas en su mayoría jóvenes, con estudios, que no se identifican con partidos políticos y que protestan por intereses comunes. ¿Acaso nadie se percata del valor que puede tener un pueblo cuando se junta por una causa común? 

La gente expresa que está cansada de vivir sin hablar y pregunta ¿qué fue de los intereses comunes para el beneficio de la población? Y así, la insatisfacción crece. Y genera violencia. Que a su vez genera más violencia. Que termina "hinchando" a los manifestantes.

Hace unos días, la presidenta avaló las manifestaciones porque "son legítimas". Pero la falta de coherencia de los mandatarios genera que resulte muy lógico que un pueblo se canse de los abusos. Porque esta es la misma mujer que mandó a desplegar a las fuerzas federales tantas otras veces antes, como en los festejos de Carnaval u otros grandes eventos. 

Por su parte, Amnistía internacional emitió un comunicado condenando el uso de la represión policial y abogando por un diálogo entre gobierno y manifestantes. Condenó los actos de vandalismo tanto como la represión de las fuerzas y destacó que el derecho al transporte público es tan importante como el derecho a la educación o a la sanidad.

De Lula a Dilma
El cambio de gobierno Lula-Dilma, aunque no haya sido un cambio de partido (sigue siendo el Partido de los Trabajadores), trajo consecuencias inesperadas. Dilma no siguió mucho con el trabajo de Lula, empezó con manos "más duras" y no supo lidiar con una huelga en las universidades federales, mientras que el gobierno de Lula tuvo sólo una, en su primer año.

Justo en ese primer año, 2003, viajé a Río de Janeiro. Recuerdo que para mi, una no porteña aporteñada, el colectivo era caro: costaba 1,60 Reales, que era exactamente el doble de lo que pagábamos en Buenos Aires, 0,80 Pesos. Pero en ese momento, un Real era igual a un Peso. Aún así es interesante ver la evolución de la tarifa y hacer comparaciones.

Respecto de lo que acontece, y tratando de poner paños fríos, Lula dijo a través del red social Facebook que "los manifestantes tienen predisposición para ayudar a construir una solución para el transporte urbano. No existe problema que no tenga solución. La única certeza es que el movimiento social y las reivindicaciones no son cosa de la policía pero sí de la mesa de negociación”. Sin embargo, es difícil pensar -dadas las circunstancias- en una negociación. Lo que hay hoy es una revolución producto de la organización.

Los brasileños se dieron cuenta de que aquello del "glorioso nuevo país" propagado por el gobierno era una fantasía que terminó con casi 30 millones de personas en la pobreza. ¿Será que el modelo brasileño encontró su límite y el boom económico empezó su decadencia? ¿O será que la falta de transparencia política, los muchos políticos corruptos que tienen inmunidad y el fin de la fantasía anuncian la llegada de la incertidumbre? ¿No será la suma de todo? Con certeza, ya no se sabe  si lo que el país ganó y los 8 años de Lula seguirán siendo positivos para lo que viene.

El efecto Mundial
El pueblo brasileño sabe quién es quién, se sabe experto y sabe que éste no es cualquier momento. En el país se está disputando la Copa Confederaciones, que es un torneo que se realiza en el país anfitrión del Mundial un año antes de dicho acontecimiento. Es obvio que los manifestantes no están protestando por esta copa de la que sólo participan ocho países y no tiene la repercusión que tiene el torneo que se disputará el próximo año. Más bien están aprovechando el marco para demostrar que no están de acuerdo con los 26 billones de dólares de gasto público invertido en la privatización de los estadios, que en definitiva no es dinero ni para el pueblo (salud, educación, etcétera) ni para la infraestructura de las ciudades.
Remodelación: estadio de "lujo".

Hasta el presidente de la FIFA Joseph Blatter habló y dijo que "el fútbol es más fuerte que la insatisfacción de la gente". Señor Blatter, no subestime a un pueblo que demuestra saber de lo que habla y luchar por lo que quiere. Mejor reflexione sobre cuáles fueron las causas y razones para que Brasil sea elegido país organizador del Mundial 2014.

Esta copa finaliza el 30 de junio y el gobierno tiene todas las intenciones de esperar a que termine antes de tomar nuevas medidas. Total, las medidas actuales (represiones) se llevan a cabo fuera de los estadios, cuando Blatter sólo mira la pelota que empieza a rodar y se convence de que las protestas acaban justo en ese momento porque "el fútbol une a la gente". Es probable que Blatter no entienda portugués, porque si lo hiciera, comprendería que las canciones que cantan los hinchas también son de protesta.

Cualquier semejanza con Turquía...
Podemos pensar -por lo que vemos y leemos- que la unión hace la fuerza. También podemos sentirnos testigos del despertar del pueblo brasileño y, por consecuencia, de las respuestas desesperadas del gobierno. Entonces, podemos también trazar un paralelo con Turquía.

¿Por qué vemos repetirse estas imágenes en lugares tan distantes como Turquía y Brasil? De seguro que la respuesta no es “porque en Brasil hay muchos turcos”. Es cierto, los hay, pero nada tiene que ver con eso.

Por un lado, la reacción de los gobiernos, casi copiada. Tanto Recep Erdogan como Dilma Rousseff tomaron decisiones "duras": reprimir y amenazar. Y hasta el momento se desconoce contacto alguno entre los gobiernos de ambos países.

Sao Paulo.
Por otro lado, la solidaridad de los pueblos, casi calcada, a la voz de "one world, one struggle" (un solo mundo, una sola lucha). También, al igual que los turcos, los brasileños que no están en la calle busca la for
ma de apoyar a los manifestantes. En Río de Janeiro, por ejemplo, les tiran papel picado desde los departamentos más altos. En Sao Paulo son aplaudidos desde los balcones de los que cuelgan toallas y trapos blancos.

En el medio, la falta de diálogo.  

Diez, el número
Qué paradójico: el número diez se repite -al igual que las protestas- en el mundo. En Argentina, 10 años de kirchnerismo. En Turquía, 10 años de AKP en el poder. En Brasil, 10 años de "crecimiento" bajo gobiernos del Partido de los Trabajadores, el PT. ¿Servirán las protestas para hacer crecer la democracia? Por el momento, las manifestaciones se siguen anunciando y muchos hablan de un antes y un después, de una resignificación de lo que fue y del inicio de algo distinto. Mientras tanto, las negociaciones pacíficas no se vislumbran y se siguen percibiendo, oliendo, sintiendo las "realidades".









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